El teólogo estadounidense William Hamilton ha fallecido el pasado día 13 en Portland (Oregón). Él fue quien en la hiper-religiosa América y nada menos que en 1966 se atrevió a plantear en su obra La nueva esencia del cristianismo: ¿ha muerto Dios?. La cosa, claro está, mereció la portada del TIMES como podemos ver.
La pregunta, hoy, no es en absoluto ociosa; al contrario, deviene muy pertinente para que podamos reflexionar sobre cosas que están pasando en nuestro mundo de hoy, aunque haya precedentes. Debió serlo también en la segunda mitad del siglo XIX tras los terribles vaivenes que significaron, para Europa y América la Ilustración , la Revolución Francesa , las guerras napoleónicas, los nacionalismos exacerbados por el romanticismo dominante y tantas otras cosas que se podrían traer a colación. Es, quizá, la primera vez en la historia que una sociedad se cuestiona de modo riguroso los fundamentos de la moral que rige sus comportamientos.
A modo de ejemplo: a) en 1862 aparece la primera edición de Padre e Hijos de Iván Turguenev, novela en la que los protagonistas, los hijos, son la encarnación del nihilismo, personas que no se inclinan ante ninguna autoridad, que no aceptan ningún principio como artículo de fe; b) en 1882 Friedrich Nietsche decreta en su célebre ensayo La Gaya Ciencia la muerte de Dios.
Toulose: llanto de una madre |
En realidad, lo que se vive en esa época es lo que había expresado, casi dos mil años antes, la arquitectura sobrecogedora del Panteón de Agripa, el yerno del emperador Augusto. Dedicado a todos los dioses del Imperio (pan-theos) se diseña en forma circular para que ninguno de ellos tuviera preeminencia. Y ahí está la cuestión: en el mismo momento en que todos los dioses son iguales (pensamiento posmodernista avant la lettre) la moral, las costumbres, las leyes, dejan de tener el fundamento inobjetable de la divinidad.
La primera mitad del siglo XX vivió la eclosión de sociedades fundamentadas en morales totalitarias ajenas a la trascendencia religiosa, ya sea la Nación , ya la Dictadura del Proletariado. Hemos podido comprobar en la carne de nuestros padres el resultado de este intento. En la segunda mitad del XX, como la cosa totalitaria se había demostrado mal camino, la inteligentsia vino en afirmar que todo vale, todo es lo mismo, too er mundo e güeno (permítaseme el casticismo), todo merece un respeto (que se lo pregunten a D. Gustavo Bueno!) y demás zarandajas y estupideces posmodernistas.
Hoy, en el mundo globalizado que nos ha tocado en suerte, estamos un tanto despistados y, a más globalización, mayor despiste. ¿Sería posible en el siglo XXI vislumbrar siquiera una moralidad (ergo costumbres, ergo cuerpos legislativos) valedera universalmente y fundamentada en una autoridad trascendente?. Pues no, obviamente NO. ¿Por suerte?, ¿por desgracia?.
Después de la tragedia de Toulouse he pensado en todo esto. Y me acongoja. Siento haceros partícipes de ello.
El otro dia en una red social hice el siguiente comentario(sobre la sentencia a Gallardon):
ResponderEliminar"No se puede jugar a ser Dios"
Y la respuesta fue: "Claro, Dios no existe"
Pues bien, no segui con la discusion, libre esta cada uno de pensar lo que quiera. Yo lo tengo claro: mi Dios si existe.
Beatriz